El poder de la castaña para conservar la Amazonía

Para recuperarse de la pandemia, el pueblo originario ese eja implementa sistemas de conservación productiva de castañas que protegen bosques y generan desarrollo en Madre de Dios.

Ese Eja es un pueblo que descendió del cielo. Según las leyendas que narran el origen de este pueblo indígena, la tierra atrapó a sus antepasados cuando se rompieron las lianas por las que bajaban. Desde entonces, habitan la frontera amazónica de Perú y Bolivia y viven en armonía con la naturaleza.

El pueblo Esa Eja se encuentra en pequeñas agrupaciones en las riberas de los ríos Madre de Dios, Tambopata y Heath, al sureste del Perú. Sus cerca de 800 habitantes protegen 2.5 millones de hectáreas de bosques tropicales en la región de Madre de Dios que son vitales para enfrentar el cambio climático.

Para apoyar su lucha, desde 2021, la Iniciativa de Apoyo a las Áreas y Territorios Conservados por Pueblos Indígenas y Comunidades locales (TICCA) promueve el aprovechamiento sostenible de la castaña y la agroforestería en dos de sus comunidades nativas: Palma Real e Infierno. Ambas estrategias contribuyen con la reactivación económica tras la pandemia, a conservar la biodiversidad y generar oportunidades de desarrollo en el territorio amazónico.

En Perú, la Iniciativa TICCA es liderada por el Programa de Pequeñas Donaciones del GEF (PPD) que implementa el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) con el respaldo del Ministerio del Ambiente (MINAM), y cuenta con el financiamiento del Ministerio Federal de Medio Ambiente, Protección de la Naturaleza, Obras Públicas y Seguridad Nuclear (BMUB) de Alemania.

Castañas por naturaleza

Madre de Dios es una región castañera por naturaleza. Es la única zona del país donde crecen altas concentraciones de árboles de castaña que llegan a vivir más de mil años. Estos árboles pueden medir hasta 60 metros de alto y alcanzar diámetros de uno a dos metros. Tienen troncos desprovistos de ramas y copas frondosas que crean una especie de techo natural al bosque. Allí, en lo más alto, crecen sus frutos, del tamaño de cocos y contienen las semillas de castaña. Estas dan origen a una de las cadenas productivas sostenibles con mayor potencial en el país.

La comunidad nativa Palma Real es una de las principales recolectoras de castaña (Bertholletia excelsa). Se ubica en la zona de amortiguamiento de la Reserva Nacional Tambopata, a 40 kilómetros de Puerto Maldonado, capital de Madre de Dios.

Aquí vive Erlin Valderrama, experto castañero que nació hace 50 años en la vecina región de Ucayali. Desde muy joven viajó por la selva buscando oportunidades, hasta que conoció a su esposa y se quedó en Palma Real. Desde entonces integra el pueblo Ese Eja y se dedica a la castaña y a las artesanías a base de madera.

El trabajo de Erlin no es nada fácil, involucra una serie de pasos a seguir con rigurosidad. En la época de precosecha, sale a limpiar las trochas y trazar los caminos por donde se desplazará durante la recolección. Así, en intensas jornadas va eliminando troncos, arbustos, raíces y lianas de los senderos del bosque para caminar con facilidad.

Entre diciembre y marzo, cuando los frutos de castaña ya han caído de lo alto de los árboles, Erlin sale a realizar la recolección. Una vez que encuentra los frutos, los reúne en pequeños montículos y procede a abrirlos con un ligero golpe de su machete. Después de este procedimiento denominado “chancado”, recolecta las semillas en costales de aproximadamente 70 kilos. Luego, los traslada por río a las plantas de procesamiento.

“Yo enseñé a chancar castaña a mis hijos. Ahora que son grandes, también barriquean, chancan, se van al monte, hacen su dinero para comprar las cosas que necesitan” – Erlin Valderrama.

La venta de la castaña es la principal fuente de ingresos en efectivo para la comunidad Palma Real, ya que generalmente viven de la caza, pesca y agricultura de subsistencia. “En tiempo de recolección me siento más aliviado porque nos genera dinero para comprar víveres y útiles. Tal vez no es tanto, pero siempre nos da algo para solventar nuestra vida”, dice Erlin.

Sin embargo, la covid-19 afectó su economía. “Cuando llegó la pandemia, la venta de castaña bajó, no podíamos subir a Puerto Maldonado y nadie podía venir a nuestra comunidad. Ahora ya se va normalizando y poco a poco van mejorando los precios”, cuenta Ronald Huayne, castañero nativo de Palma Real.

Como parte del apoyo a la reactivación económica, las familias castañeras recibieron capacitación e instrumentos adecuados para retomar sus actividades de manera segura y sostenible. Esta asistencia técnica de la Iniciativa TICCA estuvo a cargo de la Asociación para la Conservación de la Cuenca Amazónica (ACCA). En palabras de Juan Loja, director de dicha asociación en Madre de Dios, se está “trabajando para dinamizar su economía y fortalecer a las propias comunidades para que puedan generar beneficios a partir de los bosques”.

El trabajo va dando resultados. “Gracias a la castaña puedo mantener a mi familia y comprar cosas para la casa. Yo siempre vengo a juntar castaña, es mi forma de vida”, asegura Ronald.

Generando valor al bosque

Con el trabajo de recolección inicia la cadena productiva de la castaña. Sin embargo, para que pueda ser consumida, las semillas todavía deben recorrer largos kilómetros y atravesar varios procesos de transformación donde trabajan familias enteras. Así, el poder de la castaña se extiende e involucra directa e indirectamente al 20% de la población de Madre de Dios.

La Asociación de Castañeros de la Reserva de Tambopata (ASCART), desde el 2005, opera una de las plantas de procesamiento más importantes de Puerto Maldonado. Está ubicada estratégicamente en la ribera del río Madre de Dios para facilitar el transporte de la producción. Aquí llegan, luego de cuatro o cinco horas de viaje por río, los costales de castaña que recolectan las comunidades de la Reserva Nacional Tambopata.

En la asociación se hace el proceso de secado natural con máquinas de vaporización. Luego, las semillas pasan al proceso de pelado manual. Pelar castaña es una alternativa de empleo para las mujeres de Madre de Dios. “A ellas se les paga en función de la cantidad de kilos que pelan”, señala Alex Flores, responsable de producción de la asociación. Después de esto, la castaña pasa por un nuevo proceso de secado y ya está lista para ser exportada a Estados Unidos, Corea del Sur o Rusia, sus principales compradores en el mundo.

Si bien al año producen aproximadamente 140 toneladas de castaña, en la asociación creen que pueden incrementar su producción. “Al año hacemos unos ocho a nueve contenedores de 16 toneladas cada uno, pero la planta tiene una capacidad de 15 contenedores. Todavía no estamos al tope”, señala el encargado. Y razón no le falta. El mercado de la castaña se encuentra en crecimiento pues solo Bolivia, Brasil y Perú producen y comercializan estas semillas cada vez más valoradas por sus propiedades nutritivas.

La castaña también es utilizada para elaborar productos con valor agregado para el mercado turístico. A 45 minutos de ASCART, se encuentra la planta de procesamiento de la Industria de la Castaña Peruana, una empresa dedicada a la elaboración de productos a base castaña, fundada en el 2013 por Sara Hurtado.

Ella administra dos concesiones castañeras de 1,430 hectáreas en total, lo que equivale a cerca de 2,003 campos de fútbol. Actualmente, cuenta con 6,100 árboles de castaña de donde se abastece para comercializar no solo semilla de alta calidad, si no para darle valor agregado al elaborar galletas, alfajores, bombones, confitados y más de 15 variedades de dulces que ya están conquistando a turistas nacionales y extranjeros. 

“Vengo de una familia castañera y estoy manejando el legado que me dejaron”, cuenta Sara al recordar que desde muy pequeña se involucró en esta labor y ahora su dos hijos y su hija siguen sus pasos. “La mayor estudia turismo, el otro, ingeniería agroindustrial y el menor estudia derecho. Juntos van a defender los derechos castañeros para que el legado familiar continue”, confiesa.

El aprovechamiento de la castaña es una de las actividades más sostenibles ya que permite conservar la biodiversidad, darle valor al bosque en pie, generar puestos de trabajo para hombres y mujeres y dinamizar la economía local respetando la cosmovisión de los pueblos indígenas. Además, los bosques castañeros capturan carbono y contribuyen a mitigar el cambio climático.

“Hemos pasado por tantas cosas, sufrido invasiones, luchado contra todo para defender esa maravilla que tenemos en los bosques de Madre de Dios. La actividad castañera conserva bosques, nos da vida, es una riqueza increíble” – Sara Hurtado.

Sembrar para el futuro

Otra estrategia para la reactivación económica que aplicó la Iniciativa TICCA, consistió en la creación de sistemas agroforestales con especies locales, como cacao y castaña. Esta es una técnica que contribuye a conservar los bosques, reduce la erosión de los suelos, disminuye plagas e incrementa la captura de carbono. 

Esta experiencia se desarrolló en parcelas de la comunidad nativa Infierno, en la ribera del río Tambopata, a 45 minutos de Puerto Maldonado. Aquí vive Isabel Mishaja, lideresa de 62 años que comparte su tiempo entre el trabajo en la chacra y la administración de un embarcadero turístico.

Tradicionalmente sembraba plátano, yuca, maíz y palta, pero, a partir de la asesoría técnica, empezó a practicar la agroforestería para concentrar sus actividades agrícolas en un solo espacio y evitar la deforestación de zonas boscosas. También implementó sistemas de riego por goteo para optimizar el uso del agua durante la época seca.

Isabel ahora sabe que la agroforestería es más amigable con el ambiente. “Sembramos yuca, cacao, palta, junto a plátanos, castaña y caoba. Al crecer juntos, se dan sombra, producen todo el año y ya no necesitamos rozar ni quemar otros terrenos”, sostiene.

La urgencia de conservar

Madre de Dios tiene uno de los bosques tropicales más biodiversos del mundo, pero se ven amenazados por la expansión agrícola, la tala y la minería ilegal que, en los últimos 20 años, han causado la pérdida de más de 277,000 hectáreas.

La experiencia del pueblo Ese Eja demuestra el verdadero poder de la conservación productiva para proteger la Amazonía y a quienes viven en ella.

Publicado originalmente en PNUD Perú.

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